martes, 2 de enero de 2007

Pluralismo Cultura y reconocimiento

Pluralismo, cultura y reconocimiento

WambertGomesDiLorenzo

Traducción – Alfredode J.Flores

Ese ensayo se pretende en primer lugar argumentar que el pluralismo es condición necesaria para la dignidad; además se afirmará que a partir de la premisa de que toda ética presupone una antropología, es preciso sostener que solamente el personalismo hace posible un pluralismo auténtico permitiendo superar los desafíos del multiculturalismo desde la práctica del reconocimiento, que es la sustancia de la dignidad de la persona humana.

En su obra Los derechos del hombre y la ley natural, Maritain dice que una sociedad de hombres libres está fundada en las siguientes bases: el personalismo, el comunitarismo, el pluralismo y el “teísmo”.[1]

Hablando en términos más específicos, es posible apuntar que dicho autor afirma que la sociedad debe ser una totalidad de personas cuya dignidad, anterior a ella misma, presupone libertad espiritual; asevera igualmente que la inclinación natural de todo hombre hacia la comunión es medio necesario para el bien de todos y que el desarrollo de la persona exige autonomía de los individuos y de los grupos a que pertenecen, con sus derechos, libertades y autoridades propias. Por fin, debe ser “teísta”, en la medida en que todos, creyentes o no, creyendo en la dignidad de la persona humana, en la justicia, en la libertad y en el amor al prójimo, cooperan en la búsqueda de la realización del bien común.

De eso se puede aducir que el pluralismo se manifiesta en el pensamiento de Jacques Maritain como un presupuesto fundamental de la dignidad de la persona, dignidad esa que lo reclama y lo exige.

Eso se da en vista de que dicha dignidad presenta una estructura bipartida, existiendo en ella un aspecto endógeno y otro que es exógeno. El primer de ellos trata de la relación de la persona consigo misma, mientras que el segundo aspecto de la relación de la persona se da con su propio medio. Hablando de otra manera, podríamos decir que cada dimensión de la existencia humana – individual y social – corresponde a uno aspecto de su dignidad. Es decir, que la realización de la dignidad exige a su vez dos experiencias fundamentales, que son la plenitud y el reconocimiento.

De ese modo, la dignidad de la persona presupone una implicación directa entre plenitud y el reconocimiento de tal modo que una negativa que puede ser dada a uno de esos aspectos implica que el otro también sea negado.

De ahí se sigue que una sociedad pluralista es un medio necesario para la realización de la dignidad, pues la libertad es un antecedente necesario así para la experiencia de plenitud como para la del reconocimiento.

La libertad es algo propio del hombre, de donde se puede afirmar que está en la esencia de la persona y que es una característica distintiva de su naturaleza. El hombre es inseparable de la libertad, pues ella le es un atributo definidor del género a que pertenece, además de componer la experiencia individual que constituye cada persona. La libertad orienta hacia la plenitud, haciendo con que la persona se vuelva hacia sí misma y hacia lo exterior. Sin libertad no hay dignidad. Sin pluralismo no hay libertad.

Por otro lado, aunque en Humanismo Integral Maritain venga a apuntar solamente para el comunitarismo y el personalismo – además del aspecto peregrino – como bases de la ciudad temporal [2], en esa misma obra presenta el pluralismo como contenido del concepto de lo ideal de una nueva cristiandad. El pluralismo expresa la superación de la idea medieval de un imperio sagrado de Dios sobre todas las cosas por la santa libertad de la criatura que la gracia une a Dios. El pluralismo medieval fundado en la multiplicidad de instituciones – que fueron favorecidas por el particularismo jurídico y el Derecho consuetudinario – da espacio a las minorías nacionales que exigen la renuncia al sueño medieval de la unidad y la asunción de una heterogeneidad orgánica en la constitución de la sociedad.[3] La sociedad civil es compuesta de sociedades particulares que, según la medida del bien común, deben tener un alto grado de autonomía y diversidad conforme a las conveniencias propias de sus naturalezas.[4]

A su vez, Hannah Arendt define el pluralismo no como una concesión de lo político ante la diversidad de grupos e individuos, pero como una condición propia de la humanidad: es decir, pertenecemos al género sin que eso signifique que somos absolutamente iguales. En su fórmula: somos todos los mismos, o sea somos humanos, sin que nadie sea exactamente igual a cualquier persona que haya existido, que exista o que venga a existir.[5]

Volviendo a la obra Humanismo Integral, se nota que Maritain había profundizado el concepto a partir del pluralismo económico y del pluralismo jurídico. En verdad, eran respuestas para las cuestiones de su época. Con las recientes revueltas en algunas sociedades occidentales y los actuales conflictos entre el Oriente y el Occidente, con todo, se pone en la agenda de este nuevo milenio la reflexión sobre el pluralismo cultural.

Eso explica porque, según Aristóteles, las revueltas nacen de cosas insignificantes pero siempre buscan grandes objetivos.[6] El estagirita afirma que las revueltas ocurren siempre en vista de la desigualdad [7] y que hay una disposición de ánimo de los que la defienden siempre que ellos vengan a constatar que, a pesar de que sean considerados iguales, en realidad están en desventaja con relación a otros que poseen más que ellos.[8]

Además, el filósofo enumera como causa de las revueltas el crecimiento desmedido de las ciudades. Compara la ciudad con el cuerpo que debe crecer harmoniosamente para que no se quede disforme, manteniendo sus debidas proporciones. O sea, termina haciendo una referencia directa a la justicia distributiva[9], constatando que esa se da cuando existe una masa excesiva de pobres.[10]

Aristóteles declara todavía que es un factor hacia la instabilidad la ausencia de unidad de raza concomitante a la ausencia de una unidad espiritual:

En verdad, así como una ciudad no proviene de una multitud cualquier, tampoco se forma en un momento cualquier. El hecho de que, hasta ahora, las ciudades hayan admitido extranjeros como cofundadores y co-colonizadores de otra raza, eso motiva gran parte de las revueltas.[11]

Partiendo de la reflexión aristotélica, se constata que el genuino pluralismo es el resultado de una ecuación muy compleja entre igualdad y diversidad, cuyo factor es el bien común. Los presentes condicionamientos del problema han dado origen al neologismo multiculturalismo, y este se ha convertido en el más importante desafío para la justicia distributiva en los tiempos actuales.

El multiculturalismo es la expresión atual del pluralismo social. Los sectores sociales que presentan distinciones variadas en su interior ahora son invitados a que se construya un tejido social unitario y harmónico mientras se debe aun conservar y desarrollar su propia autonomía y fisonomía.[12]

Tal simetría en el orden social tiene como fundamento el principio de la laicidad, factor de tolerancia entre los que son diferentes. En las palabras de Juan Pablo II, dicho principio de la laicidad

“asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de los creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diferentes tradiciones espirituales de la nación”.[13]

El principio de la laicidad, entre tanto, no se confunde con el laicismo. Ese último es la verdadera expresión de un estado intolerante, que tiene la pretensión de ser aséptico pero de hecho, con su fundo confesional, llega a ser la corrupción del propio liberalismo y de la democracia, presentando el germen de un totalitarismo.

Teniendo por obvio que la intolerancia hace todavía más grave ese multiculturalismo, transformando lo que era una sociedad plural en una sociedad segregada, a su vez no deja de ser igualmente obvio que la tolerancia pasa por la superación de las diferencias. Dichas diferencias en sí mismas no deben ser promovidas, sino toleradas y respetadas. Así, de modo sintético se afirma que la tolerancia pasa precisamente por la superación de las diferencias y por la promoción de los valores comunes que, en medio a la diversidad, son los fundamentos de la unidad y de la armonía social.

En definitiva, tolerancia en verdad es el medio de la dignidad de la persona, pues en el plano político es sustancia del pluralismo y en el plano social es sustancia del reconocimiento.

De ese modo, en el plano político sucede una ausencia de pluralismo en las expresiones de ese laicismo intolerante que es hostil para con las manifestaciones culturales y políticas de las religiones. Se puede decir que, en particular en lo que se refiere al Occidente, persiste en el intento sempiterno por parte de ese laicismo de descalificar el empeño social y político de los cristianos por el hecho de la obediencia al deber moral de coherencia delante de la propia conciencia. O sea, la postura laicista conlleva una anarquía moral que niega el propio pluralismo, destruyendo las bases propias de la convivencia humana porque tiene como consecuencia la justificativa del poder del más fuerte delante del más débil.[14]

Cuando se trata del plano social, es preciso tener el reconocimiento como presupuesto fundamental de la dignidad de la persona. De hecho, teniendo en cuenta aquellas revueltas en los arrabales de Paris en 2005 – y en una expresiva visión actual de las precisas observaciones de Aristóteles – ha apuntado el filósofo francés Jean-François Mattéi: Existe un déficit de reconocimiento, de identificación y de moral.[15]

En ese aspecto, vale realzar lo que recuerda Luis Fernando Barzotto, de que el reconocimiento es una respuesta a la existencia del otro como persona, la única respuesta correcta delante del hecho de su personalidad. Así, en las palabras de ese iusfilósofo brasileño, existen tres momentos en la actividad del reconocimiento: el primer de ellos es lo que se apunta hacia la aceptación como respuesta a la personalidad, resumida en esa premisa: todo hombre es una persona. A su vez, el segundo se refiere a la reciprocidad como respuesta a la igualdad, que se presenta sintéticamente en el axioma: las personas son iguales. Por último, la responsabilidad como respuesta a la dignidad, que queda firmada en la sentencia: la persona es fin.[16]

De ese modo, Barzotto sostiene que la condición fundamental para el reconocimiento no se encuentra en la comunidad política sino en la fraternidad. Por eso empieza su razonamiento desde el tipo ideal weberiano de la ética de la fraternidad. Max Weber sugiere una ética de la fraternidad cuyo criterio es la simple reciprocidad resumida en su regla de oro: hoy por ti, mañana por mí. De hecho, Barzotto hace una crítica en el sentido de que dicha ética de comunidad presentada por Weber es una ética de vecindad, es particularista y opera un reconocimiento restricto. Partiendo de esa crítica, Barzotto propone una ética de la fraternidad de tipo universalista que opera el reconocimiento pleno de todo ser humano como persona. Y, por fin, propone la ética cristiana como modelo de esa ética a partir de la parábola del buen samaritano como síntesis del modelo en las dos dimensiones: de la praxis (el reconocimiento) y de la ley (la regla de oro).[17]

En esa parábola, Jesús introduce la universalización del destinatario de la regla de oro a partir de la asertiva como queréis que los demás hagan con vosotros, haced también a ellos. Entre tanto, para practicar la ley invocada en la parábola, que es el Amarás a tu prójimo como a ti mismo,[18] no basta conocer la ley.

Para el cumplimiento del amor al prójimo es necesario el reconocimiento del otro como prójimo. La parábola que Jesús narra no tiene por finalidad profundizar el conocimiento jurídico-teológico del legista, sino su capacidad de reconocimiento del otro.[19]

El reconocimiento, por lo tanto, no es una especulación conceptual sino una actitud concreta, una identificación del otro como persona.[20] De ahí se sigue que el reconocimiento es considerar el otro como un ser para sí mismo, o sea autofinalístico, que no puede ser utilizado como medio para fines ajenos a sí mismo.[21]

El reconocimiento, según ya se ha afirmado, es la dimensión externa de la dignidad que, en las palabras de Barzotto, es una manifestación vinculante, un valor positivo y objetivo de una identidad. La dignidad es inherente a la identidad; es decir, la dignidad impone una conducta, una actitud con relación al otro, que es fundamental para su realización. [22]

En el nivel epistemológico, la dignidad pasa por la conformación de la razón a la identidad del hombre, a aquello que él es en última instancia, una persona. Por eso, se puede decir que el reconocimiento es una experiencia de la verdad, específicamente de la verdad respecto al hombre. Una verdad que es alcanzada no tanto por una especulación, sino que por la experiencia. En verdad, un encuentro con la identidad del hombre sustancial, sin que se valore cualquier accidente o predicado, pues el hombre en cuanto objeto de la especulación es una esencia, mientras que en cuanto persona es una existencia.

De todos modos, importa recordar que la estima exagerada de los accidentes es la responsable por separar los hombres y sus grupos sociales. El apegarse a lo accidental interrumpe el camino epistemológico hacia la realidad del otro, a su carácter sustancial, a su identidad. Es en la aprehensión de la identidad que se experimenta la igualdad sustancial, la única, importa decir, que hay entres los hombres: de naturaleza y dignidad.

En ese sentido, el multiculturalismo es un desafío para el pluralismo, en la medida en que el reconocimiento debe ser una vía de dos manos. Las diferencias que están acentuadas en los últimos conflictos resultan de una actitud de apegarse a las diferencias como si ellas fuesen los fines últimos.

De ahí que, si el acoger culturas distintas del medio social pasa por un respeto hacia la cultura y la tradición de los grupos humanos vinculados a dichas culturas, entonces para aquellos que buscan ser acogidos se impone un deber de reconocimiento para con los valores del pueblo que los acoge. Eso ya había sido afirmado por Mattéi: Solamente hay democracia posible mientras exista el reconocimiento de todas las personas que vengan a poseer el sentimiento de pertenecer al mismo espacio público[23].

Por otro lado, Mattéi habría aun de recordar que el cultivo de valores particulares de grupos que entran en choque con la sociedad, como, por ejemplo, la excisión practicada por grupos sociales que conviven en el medio de sociedades occidentales,[24] dificulta la integración cultural a punto de cerrar las personas en culturas que son muy específicas y cerradas, de donde a ellas les resulta prácticamente imposible la integración.

A pesar de ello, aún es conveniente afirmar que la intolerancia con referencia a tradiciones específicas y no ofensivas al bien común, como el utilizar velo o demostrar símbolos religiosos, es un acto de violencia de Estados que ya están corrompidos por un desvío de fuerte característica totalitaria que en nada va abrir camino hacia la integración entre los pueblos.

Hablando de una manera más específica, ese tipo de estímulo a las diferencias puede convertirse en un obstáculo para el reconocimiento y, por lo tanto, para llegarse a la dignidad. Sin embargo, el respeto hacia las diferencias es camino para el reconocimiento de que el otro es un todo en sí mismo, de que él tiene una naturaleza que es racional y que se presenta como una sustancia individual, conforme ya decía magistralmente Boecio, que es incognoscible. Pues, admitiendo la existencia de una naturaleza humana, no nos es posible conocer a la naturaleza de la persona, pues es infinita en sus posibilidades, ella es hecho, experiencia, relación y existencia.


BIBLIOGRAFIA
ARISTÓTELES. Política. Lisboa: Vega, 1998.
ARENDT, Hannah. A condição humana. Rio de Janeiro: Forense Universitária, 10 ed. 2001.
BARZOTTO, Luis Fernando. Pessoa, Fraternidade e Direito. www.maritain.com.br, acessado em 25/09/2006.
________ Pessoa e Reconhecimento. No prelo.
MARITAIN, Jacques. Os Direitos do Homem e a Lei Natural. Rio de Janeiro: José Olympio, 1967.
__________ Humanismo Integral. Rio de Janeiro: José Olympio, 1967.
MATTÉI, Jean-François. Entrevista: O antiiluminismo. Primeira Leitura, edição n. 46, p. 43, dezembro de 2005.
Pontifício Conselho Justiça e Paz. Compêndio da Doutrina Social da Igreja.


© Abogado. Secretario-General del Instituto Jacques Maritain do Rio Grande do Sul. Profesor en la Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul.
[1] MARITAIN, Jacques. Os Direitos do Homem e a Lei Natural. Rio de Janeiro: José Olympio, 1967. p. 29.
[2] Cf. MARITAIN, Jacques. Humanismo Integral. Rio de Janeiro: José Olympio, 1967. p. 105.
[3] Cf. id. Ibid. p. 128
[4] Cf. Id. Ibid. p. 130.
[5] Cf. ARENDT, Hannah. A condição humana. Rio de Janeiro: Forense Universitária, 10 ed. 2001. p. 16.
[6] Cf. ARISTÓTELES. Política. 1303b, 15.
[7] Cf. Id. Ibid. 1301b, 25.
[8] Cf. Id. Ibid. 1302a, 25.
[9] Cf. Id. Ibid. 1302b, 35.
[10] Cf. Id. Ibid. 1303a.
[11] Id. Ibid. 1303a, 25.
[12] Cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 151.
[13] Discurso al Cuerpo Diplomático (12 de enero de 2004) in: Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 572.
[14] Cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 572.
[15] MATTÉI, Jean-François. Entrevista: O antiiluminismo. Primeira Leitura, edição n. 46, p. 43, dezembro de 2005.
[16] BARZOTTO, Luis Fernando. Pessoa, fraternidade e Direito. p. 3. www.maritain.com.br, acceso en 25/09/2006.
[17] Id. Ibid. p. 2.
[18] Lv 19, 18
[19] BARZOTTO. Op. Cit. 2
[20] Cf. BARZOTTO. Pessoa e reconhecimento. (todavia no publicado). p. 10.
[21] Cf. Id. Ibid. 11.
[22] Cf. Id. Ibid.
[23] MATTÉI, Jean-François. Op. Cit. p. 39.
[24] Cf. Id. Ibid.

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